En mayo se ve florecer a las plantas, se sabe mejor que nunca que la primavera dará paso al verano y se celebra el día del más robusto de los artesanos, el artesano de la construcción, por eso desde Mileño hemos decidido dedicarle unas palabras de aliento y agradecimiento a esos artistas de la cuchara y de la lengua, para que sigan con la más noble de sus labores, el albur.
Así es, ¿cómo podríamos concebir al albur sin entender que tras todo lo que se dice está un fuerte brazo de albañil? ¿Cómo separar a los albañiles de las chelas y a la obra de los albures si la construcción es algo que requiere ingenio y paciencia, así como los ejercicios de la lengua cuando en doble sentido se piensa?
Roma no se hizo en un día, el lenguaje tampoco y la capacidad para alburear al compadre sin que ello suene a una declaración de amor jamás se habrá hecho sin la construcción paciente de la capacidad de imaginar y de reaccionar rápido.
¡Ah!, querido lector, ¿Me prestas un poco de tu atención para que le hagamos unas loas a los albañiles que son capaces de cargar bultos de cemento, hacer paredes derechas, lecherear un techo, sacar cascajo y construir floridas imágenes en su cabeza para derramarlas apaciblemente hasta las orejas de sus interlocutores?
Espero que sí, y que en el préstamo no se pierda, por pudor malentendido, el encanto encendido de un buen y alegre dicho que te permite estar en la obra y jalar o chupar según sea el caso, el tiempo prescrito.
Porque no es los mismo jalar que chupar y si acaso tienes duda puedes ir a cualquier obra a preguntar qué es mejor e interpretar las finas respuestas que desde el ingenio de los maestros albañiles se despiertan.
Tenemos que reconocer que el trabajo que realizan los artesanos de la construcción y de la lengua sólo es posible por la formación en la academia de la vida, pues un buen albañil no sólo sabe cuándo y dónde se ha de hacer la colada, o se ha de colocar muy firme o bien torcida la varilla, también sabe cuando alburearse o hablar con respeto a la doñita que pasa por la obra o que le paga la jornada.
Ese conocimiento que permite alburear y ser albureado o que te hace hablar y saber cuándo permanecer callado sólo los mejores lo ostentan, pues un buen gesto del artesano de la construcción es la prudencia para no dejar de reír y para no verse burlado.
Debemos reconocer en los artesanos de la construcción, la modestia y el denuedo para hacer sin descanso lo que en otros provoca cansancio tan sólo con asomarse a verlo.
Cargar, jalar y colocar ladrillos bajo condiciones inclementes, así como trabajar a veces bajo la vigilancia de los incompetentes es algo que sólo los artesanos de la construcción logran con la paciencia de los más iluminados o con el sinsentido de aquellos que por extrañas causa se ven como viajados.
Los grandes campeones de la vida han sido artesanos de la construcción, capaces de leer bien los planos, de entender cómo se llega desde el piso hasta las alturas con tan sólo unos bloques, un poco de mezcla y una cuchara, a lo que se suma el uso de la plomada y el de un ingenio sin censura.
Si tenemos un hogar, catedrales y museos, baños, drenajes y hasta estructuras bajo el subsuelo es por obra de los albañiles que dejan sudor, sangre e ingenio en pasar sus horas jalando y descansar cuando pueden chupando para que luzcan las obras de los arquitectos y funcione el trabajo de los ingenieros.
Dejemos que los albañiles hablen y que nos muestren no sólo el trabajo de sus manos que con las palabras es posible elevarse y construir si se quiere poemas en el aire.